La maternidad despertó en mí un trauma de infancia que había dado por superado, pero solo estaba esperando el momento preciso para volver a aparecer.
Esta es mi historia.
Decidí ser mamá a los 34 años por decisión propia, sentía que ya tenía la estabilidad económica y mental para asumir el desafío con todas sus encantos y obstáculos. Al momento en que mi hija nació, llevaba 7 años de matrimonio, tiempo que aprovechamos harto con mi marido para viajar, salir y hacer varios proyectos personales. Él quería ser papá joven, pero yo insistí en esperar porque aún sentía que me faltaban cosas por hacer y metas que cumplir, además era importante para mí sentirme emocionalmente estable antes de dar el gran paso.
Cuando decidí que ya era hora, quedé embarazada rápidamente y luego de 8 meses, mi hija nació por cesárea de urgencia. Por una rotura prematura de membrana acompañada de una infección, el equipo médico decidió inducir el parto. Mientras conectada a un monitor esperaba sentir las primeras contracciones, mi hija presentó una bradicardia y sus latidos bajaron abruptamente. La alarma del monitor se encendió y entre gritos desesperados le pedí a mi marido que fuera a buscar ayuda. En cosas de segundos, entraron varias personas a la pieza a prepararme para ir a la sala de operaciones.